JORGE LUIS BORGES EL HACEDOR
Emecé Editores en
El libro de bolsillo Alianza Editorial
“De cuantos libros he entregado a la imprenta – declara JORGE LUIS BORGES en el epílogo escrito en 1960 para EL HACEDOR – ninguno, creo, es tan personal como esta colecticia y desordenada silva de varia lección, precisamente porque abunda en reflejos y en interpolaciones”. Homero y Dante alternan con Rosas y Facundo; las observaciones de la vida cotidiana, con especulaciones sobre el tiempo y el espacio; la singularidad privilegiada de un instante, con las repeticiones y simetrías del curso histórico; la fantasía que inventa laberintos inéditos, con la crónica de sucesos triviales a los que una mirada atenta carga de insospechadas significaciones; el particularismo criollo, con una universalidad histórica y geográfica que abarca tanto la simbología oriental como la cultura europea. Los retratos incluidos en el volumen podrían figurar sin la menor violencia en las páginas de “El Aleph” (nº 309 de “El libro de Bolsillo”) “Historia universal de la infamia” (nº 353) o “Ficciones” (nº 320); los ensayos y digresiones intercalados se emparentan con los textos reunidos en “Historia de la eternidad” (nº 338); la ontología de versos sirve de anticipo al volumen de “Obra poética” que se publicará próximamente en esta misma colección (nº 420). Ese intencionado cruce de géneros y esa voluntaria diversidad temática no hacen sino poner una vez más de manifiesto el amplio espectro de intereses conocimientos y pasiones del gran escritor argentino.
ARGUMENTUM ORNITHOLOGICUM
Cierro los ojos y veo una bandada de pájaros. La visión dura un segundo o acaso menos; no sé cuantos pájaros vi. ¿Era definido o indefinido su número? El problema involucra el de la existencia de Dios. Si Dios existe, el número es definido, porque Dios sabe cuántos pájaros vi. Si Dios no existe, el número es indefinido, porque nadie pudo llevar la cuenta. En el tal caso, vi menos de diez pájaros (digamos) y más de uno, pero no vi nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres o dos pájaros. Vi un número entre diez y uno, que no es nueve, ocho, siete, seis, cinco, etcétera. Ese número entero es inconcebible; ergo, Dios existe.
DELIA ELENA SAN MARCO
Nos despedimos en una de las esquinas del once.
Desde la otra vereda volví a mirar; usted se había dado vuelta y me dijo adiós con la mano.
Un río de vehículos y de gente corría entre nosotros; eran las cinco de una tarde cualquiera; como iba yo a saber que aquél río era el triste Aqueronte, el insuperable.
Ya no nos vimos y un año después usted había muerto.
Y ahora yo busco esa memoria y la miro y pienso que era falsa y que detrás de la despedidita trivial estaba la infinita separación.
Anoche no salí después de comer y releí, para comprender estas cosas, la última enseñanza que Platón pone en boca de su maestro. Leí que el alma puede huir cuando muere la carne.
Y ahora no sé si la verdad está en la aciaga interpretación ulterior o en la despedida inocente.
Porque si no mueren las almas, está muy bien que en sus despedidas na haya énfasis.
Decirse adiós es negar la separación, es decir: HOY JUGAMOS A SEPARARNOS PERO NOS VEREMOS MAÑANA. Los hombres inventaron el adiós porque se saben de algún modo inmortales, aunque se juzguen contingentes y efímeros.
Delia: ¿alguna vez anudaremos junto a qué río? Este diálogo incierto y nos preguntaremos si alguna vez, en una ciudad que se perdía en una llanura, fuimos Borges y Delia.
AJEDREZ
I
En su grave rincón, los jugadores
Rigen las lentas piezas. El tablero
Los demora hasta el alba en su severo
Ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
Las formas: torre homérica, ligero
Caballo, armada reina, rey postrero,
Oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
Cuando el tiempo los haya consumido,
Ciertamente no habrá cesado el rito.
En el oriente se encendió esta guerra
Cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra
Como el otro, este juego es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
Reina, torre discreta y peón ladino
Sobre lo negro y blanco del camino
Buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
Del jugador gobierna su destino,
No saben que un rigor adamantino
Sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(La sentencia es de Omar) de otro tablero
De negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
De Polvo y tiempo y sueño y agonía?
LA TRAMA
Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de una estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Junio Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.
Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.
Quiera Dios que la monotonía esencial de esta miscelánea (que el tiempo ha compilado, no yo, y que admite piezas pretéritas que no me he atrevido a enmendar, porque las escribí con otro concepto de literatura) sea menos evidente que la diversidad geográfica o historia de los temas. De cuantos libros he entregado a la imprenta, ninguno, creo, es tan personal como esta colecticia y desordenada silva de varia lección, precisamente porque abunda en reflejos y en interpolaciones. Pocas cosas me han ocurrido y muchas he leído, mejor dicho: pocas cosas me han ocurrido más dignas de memoria que el pensamiento de Schopenhauer o la música verbal de Inglaterra.
Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.
J.L.B
Buenos Aires, 31 de octubre de 1960.
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