domingo, 18 de novembro de 2007

ANTONIO J. ONIEVA NUEVA GUIA COMPLETA DEL MUSEO DEL PRADO 1965


LIBRO NUEVA GUIA COMPLETA DEL MUSEO DEL PRADO

ANTONIO J. ONIEVA

Nueva Edición Reformada

Editorial Mayfe, S.A

Ferraz, 28 Madrid

Printet in Spain

BI 1835

1965

En el antiguo prado de San Juan, no lejos de la iglesia de este nombre, perteneciente ao Monasterio de los Jeronimos, de fundación real, se levantó en el siglo XVIII un soberbio edificio de ladrillo y piedra con destino a Galeria de Historia Natural, siendo su proyectista el arquitecto madrileño D.Juan de Villanueva. El lugar de emplazamiento elegido, próximo al jardin Botánico, era el más adecuado para conocer la flora, la fauna y la gea españolas, estudios naturalistas que en tiempos de Carlos III iban adquiriendo singular desarollo.
En España existía, por contraste, una gran tradición coleccionista de Arte, que arrancaba nada menos que de los Reyes Católicos, especialmente de Doña Isabel de Castilla, enamorada de la pintura flamenca. Sus sucesores, Carlos V el Emperador, los Felipe II y III y, sobre todo, el IV, fueron grandes protectores de las Artes. El cuarto Felipe conoció el siglo de Oro de la pintura española, cuyas as principales joyas pasaron a sus manos, siendo, además, acrecidas con las adquisiciones realizadas en Inglaterra (colección de Carlos I), en Flandes, por intermedio de Rubens, y en Itaia por el buen gusto de Velázquez. Algunos de los embajadores del citado monarca no tuvieron otra misión que la compra de obras de Arte, con destino a engrosar las colecciones reales. De otra parte, las iglesias y monasterios españoles estaban repletos de retablos, tablas y lienzos, fruto de adquisiciones y donativos que exornaban, a veces con exceso, sus paramentos, capillas, claustros, sacristias y salas capitulares.
Primero durante la época de la Ilustración, y más tarde cuando la invasión napoleónica, secularizados muchísimos conventos, fueron formándose depósitos de obras de Arte, agrupaciones disformes – por lo general abandonadas en lugares insanos – que algún día habrían de llamar la atención de las personas expertas y determinar la idea de exhibirlas en lugares públicos para general deleite y cultura de las personas aficionadas. La idea, pues, de formar un Museo de Arte, que ya se había iniciado en la época de Velázquez, fue ganando cuerpo y concretándose singularmente en tiempo del rey intruso Jose Bonaparte. Fue, en efecto, en dicha ocasión cuando un Decreto de Urquijode fecha 20 de diciembre de 1809, creaba, siquiera fuera en el papel, un Museo de Pintura en Madrid. Y aun fue bautizado, antes de nacer, con el nombre de Museo Josefino.
Cierto que por el mismo tiempo se separaba un lote de hermosas obras que habían de ser regaladas a Napoleón, como otras lo fueron al mariscal Soult; bien que, vencidas las tropas napoleónicas y firmado el Tratado de París de 30de mayo de 1814, recobró España su derecho a las obras expoliadas, que en su mayoría fueron reintegradas al patrio solar. Poco antes de aquella fecha había entrado en España su legitimo rey Fernado VII, siendo una de sus principales preocupaciones el mantenimiento y conservación del aquel patrimonio artístico que le pertenecía en sua mayor parte, y que celosamente protegían las Academias de Bellas Artes de Valladolid y Zaragoza, y, fundamentalmente, la de San Fernando, de Madrid
Esta solicitaba con creciente interés un buen edificio donde colocar el caudal artístico, indignamente amontoado en diversas dependencias mal acondicionadas; el monarca le hizo cesión del Palacio de Buenavista, que había pertenecido a la Casa Ducal de Alba y que, más tarde, el Municipio de Madrid regalara a Godoy, el que el favorito de Carlos IV no llegara a aceptarlo. Tampoco la Academia lo aceptó. Pero eran tan continuadas las quejas por el mal estado de las pinturas que conservaba, que fue buscar algún edificio que les diera cobijo decoroso: entonces se pensó en el Museo de Ciencia Naturales, erigido por Villanueva en tiempos de Carlos III, no obstante encontrarse, muy deteriorado por los avatares de la guerra de la Independencia. Tanto Fernando VII como su esposa, Doña Isabel de Braganza, tomaron bajo su protección, y a expensas de Su Majestad, la restauración del hermoso edificio. En septiembre de 1818 elevó el marqués de Santa Cruz, primer director áulico del Museo, una exposición al Rey manifestandole contarse con dos piezas del edificio, ya habilitadas para el caso.
El día 27 de julio de dicho año entraron en el Museo los primeros 32 cuadros, seleccionados por el pintor de cámara Vicente Lopez....

El Museo del Prado es uno de los más hermosos del mundo, y si acusa alguna deficiencia, débese que en su origen no fue ideado como tal Museo. Se formó con coleccionadores particulares, que en nuestro caso español fueron reales, y fácilmente se colige que en la colección de obras habían de influir preferencias puramente personales. Nuestras relaciones con Flandes comenzaron en tiempos de los Reyes Católicos, cuya hija, Doña Juana la Loca, casó con Felipe el Hermoso, hijo del Emperador Maximiliano de Austria. Isabel la Católica era muy entusiasta de la pintura flamenca, alguno de cuyos tripticos llevaba siempre consigo cuando se trasladaba de ciudad en ciudad. Más tarde, nuestra permanencia en Flandes contribuyó a que la demanda y envio de primitivos flamenco fuera frecuentísima.
No ocurrió lo mismo con los primitivos italianos, cuya penuria es manifiesta. El Rey Católico, interesado en los negocios de Italia, como monarca de Aragón, carecia de los gustos artísticos de su egregia esposa, y para que entren en España algunos buenos lienzos de las escuelas italianas es forzoso esperar a los tiempos del Emperador Carlos V, que admiró al Tiziano más que a ningun otro pintor. También se advierte la falta de algunos clásicos de la escuela hoalandesa. La permanencia de España en los territorios de Holanda fue efimera y siempre con caracter bélico, lo que impidió la extravasación de sentimientos elevados, que van adscritos a las adquisiciones artísticas. Por otra parte, si allí hubo ventas y subastas interesantes de cuadros holandeses en la época de Felipe IV, puede decir que pasaron inadvertidas de nuestros embajadores...


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